El primer monumento que visitamos fue El Monasterio de San Juan de los Reyes.
La iglesia y el convento fueron construidos en 1476 a instancias de los Reyes Católicos para conmemorar su victoria en Toro sobre las tropas portuguesas que defendían el derecho al trono de Juana la Beltraneja, y con la intención de que sirviese para su enterramiento, por lo que quisieron constituir un cabildo.
Los canónigos de la catedral manifestaron su oposición a este proyecto para evitar la duplicidad de cabildos en la ciudad. Esta resistencia, unida a la conquista de Granada, motivó que los Reyes Católicos dispusieran su enterramiento en la capital del reino por ellos conquistado, cediendo San Juan de los Reyes a la orden franciscana.
El arquitecto Juan Guas levantó aquí su obra maestra, un ejemplo típico de gótico flamígero que desde tierras flamencas había traído poco antes a la catedral toledana Hanequín de Bruselas.
Instalados los franciscanos, lograron formar una famosísima biblioteca de códices y manuscritos; parte fue quemada junto con el resto del convento por los soldados de Napoleón durante la Guerra de la Independencia. También utilizaron como leña para calentarse el retablo mayor. Tras la exclaustración de los frailes en 1836 la iglesia acogió a la parroquia de San Martín y desde 1846 en el claustro se instaló el Museo Provincial. Después de la Guerra Civil, se reconstruyó el convento, volviéndose a instalar los franciscanos en 1954.
El exterior es de una gran sobriedad, destacando solo los pináculos que coronan los estribos y su portada tardía, del siglo XVII, construida por Juan Bautista Monegro. Despiertan la curiosidad unas cadenas sujetas a la pared del templo. Corresponden a los grilletes de los cristianos cautivos en el reino de Granada que fueron liberados por los Reyes Católicos y, como muestra de agradecimiento, los colocaron aquí.
El templo consta de una sola nave muy ancha con capillas entre los estribos; los brazos del crucero no rebasan el ancho de la nave y la capilla Mayor es ochavada. Sobre el crucero se levanta un cimborrio que inicialmente fue proyectado con mucha mayor altura, resultando quizá algo desproporcionado con la majestuosidad de la nave.
En la decoración destacan los grandes escudos de los monarcas sostenidos por el águila de San Juan, con los emblemas de Isabel y Fernando, decoración muy apropiada a su destino inicial como mausoleo regio. No menos rico es el claustro de arquerías mixtilíneas y tracerías flamígeras con abundancia de elementos decorativos. Su galería alta se cubre con artesonado bellamente pintado, cuyos motivos principales vuelven a ser los escudos.
Vista general desde uno de los miradores que hay a la otra orilla del río Tajo.
Fachada.
Retablo del altar mayor de Francisco de Coomontes.
El coro y la sacristía.
En plena faena.
Pila bautismal.
Tribuna real que se accede desde el claustro alto y da al tempo.
Púlpito y tribunas.
Claustro bajo.
Patio
Desde el claustro alto.
Artesonados del claustro alto.
Desde el claustro alto.
Extrañas gárgolas fuera de contexto ya que datan del siglo pasado.
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