domingo, 1 de junio de 2025

Mezquita del Cristo de la Luz. Toledo.



Ubicada en un barrio donde residían las familias acomodadas de la medina islámica, la mezquita del Cristo de la Luz es la única que se conserva íntegra de las doce que hubo en los tiempos de la presencia musulmana. Además de su importancia histórica y monumental, guarda todavía el eco de algunas de las leyendas más sugestivas que envuelven las calles y piedras de la urbe toledana.

De acuerdo con la información suministrada por la inscripción que, escrita con ladrillos y en lenguaje cúfico, ilustra la fachada principal, el edificio fue levantado en el año 999 de la era cristiana por el arquitecto Musa Ibn Alí y sufragado por el acaudalado Ahmad Ibn Hadidi, miembro de una de las familias más influyentes de la época.

Tras ser consagrada como templo cristiano, Alfonso VIII la entregó en 1186 a la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén. En el siglo XII se introdujo el ábside mudéjar en el muro oriental y se decoró la cabecera con pinturas murales. Y de finales del XIX data la profunda restauración que permitió descubrir y mostrar al exterior la imagen primitiva de la fachada principal, hasta entonces oculta tras una pared de ladrillo.

Planta casi cuadrada, de reducidas dimensiones, con cuatro columnas que sostienen los arcos de herradura y se rematan con capiteles, tres de ellos visigodos. Tres naves paralelas cruzadas por otras tres generan un espacio interior dividido en nueve partes, cada una de ellas cubierta con una bóveda de nervios cruzados que adopta distintas configuraciones. Es en este detalle concreto donde más claramente se aprecia la influencia de la mezquita cordobesa.

Del exterior destaca el ábside, cubierto por las habituales hileras de arcos ciegos, y la fachada principal, orientada a la calle del Cristo de la Luz. Sobre un primer cuerpo de tres puertas se muestra un friso de arcos de herradura, ciegos y entrelazados, y un panel calado de ladrillos dispuestos en sardinel sobre el que se extiende la famosa inscripción que contiene los datos sobre la fecha de construcción, el arquitecto y el promotor. Debe subrayarse la originalidad y rareza de la inscripción, única en gran parte del mundo islámico y en el arte occidental.

El muro septentrional presenta en su primer cuerpo tres arcos de herradura que facilitan el acceso al patio de abluciones; en el segundo cuerpo, tres arcos de medio punto; y en el tercero, seis arcos ciegos,
cobijados por otros trilobulados. Es en el último cuerpo donde aparecen las vistosas dovelas pintadas de color rojo y blanco. Tanto en la bóveda del ábside mudéjar como en el intradós del arco toral o en los muros de la edificación cristiana se localizan las pinturas románicas. Aunque no sin dificultad, se aprecia la figura de Tetramorfos, varias siluetas de santos y un clérigo con maza.

Las excavaciones arqueológicas han realzado el valor de la iglesia construida tras la conquista de Alfonso VI y han hecho aflorar vestigios de interés: una calzada romana formada por grandes sillares de granito, un primer ábside ante- rior a la llegada de los árabes, una necrópolis situada en el exterior de la iglesia y fechada entre los siglos XII y XV, y varias calles medievales.

Leyendas sobre el Cristo de la Luz.  Varias son las leyendas que se relacionan con el inmueble religioso y la imagen del Cristo que albergaba. Resumiremos algunas. Se llama así esta mezquita por el hecho milagroso que, según la tradición, ocurrió al hacer Alfonso VI su entrada triunfal en la ciudad. Cuando el monarca ascendía por la cuesta del Cristo de la Luz, se negó el caballo a proseguir la marcha, porfiando en quedarse arrodillado sobre la calzada. Túvose por advertencia divina aquel hecho insólito y tras derribar un tabique de una de las paredes -extrañamente iluminada- del templo musulmán, se encontró una talla de Cristo y una lamparilla que lo alumbraba desde hacía casi cuatro siglos. Un adoquín blanco en la calle señala el lugar donde se arrodilló el caballo.

Respecto a la escultura del Cristo, que actualmente se encuentra guardada en el Museo de Santa Cruz, varias leyendas alimentan su fama milagrera. La más citada relata la historia de un judío que, llevado del odio que sentía hacia los fieles visigodos (que a esta imagen profesaban gran veneración), untó de un veneno muy potente las extremidades inferiores del Crucificado. Pero cuando se acercó un devoto a besar el pie del Cristo, este lo retiró de sus labios. Cuantas veces se repitió la acción volvió a reproducirse el milagro.

Narra la tradición que otro acérrimo enemigo de la fe cristiana, también judío, profanó la imagen sagrada asestándole una puñalada en el costado y luego la robó, escondiéndola en un cobertizo de su casa. No advirtió el sacrílego que la talla fue dejando un rastro de sangre en el camino, sangre que lo delató.



 Panel calado de ladrillos dispuestos en sardinel sobre el que se extiende la famosa inscripción que contiene los datos sobre la fecha de construcción, el arquitecto y el promotor.

El ábside, cubierto por las habituales hileras de arcos ciegos, y la fachada principal, orientada a la calle del Cristo de la Luz


Doce arcos de herradura que entrelazados descansan sobre columnas.

Tres de los capiteles son visigodos.



Bóvedas de nervios cruzados.

Es en estos nervios cruzados donde se aprecia la influencia de la mezquita cordobesa.

Frescos románicos.

Réplica del Cristo de la Luz.

Pantócrator rodeado de Tetramofros, los cuatro símbolos de los evangelistas.

Frescos románicos y puestos en valor hace pocos años.


  VÍDEO ELABORADO POR KEPA B. RUANO:

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